La Boca, 12 de abril de 1979.
Aquel dia, marcó un punto de inflexión en la historia de nuestro barrio. Gamba, con su red de rumores, había logrado algo impensable: polarizar a nuestra comunidad hasta el extremo. Sabíamos que no a todos les agrada lo diferente, pero nunca imaginamos hasta dónde podía llegar esa aversión. Una chispa era todo lo que necesitaba Gamba para encender el fuego de la intolerancia, y lamentablemente, la encontró.
El fuego comenzó en un conventillo habitado por nuestros nuevos vecinos, los extraterrestres, y se esparció por toda La Boca. Una turba, liderada por señoras que solían rezar juntas en la iglesia, avanzó con una violencia ciega, convencidas de que estaban haciendo la voluntad divina. “Dios hay uno solo y nació en la tierra”, clamaban, mientras el fuego consumía todo a su paso. Las abuelas, enardecidas por sus propias creencias, no dudaron en prender fuego a quien consideraban contrario a sus valores.
Varios conventillos ardieron, el hospital Argerich se llenó de heridos, y doce de nuestros vecinos del espacio perdieron la vida en el caos. Las casas y negocios de aquellos que habían abierto sus puertas a la diversidad también fueron objetivos de la furia incendiaria. Lo que había sido una celebración de la unión en el Carnaval, se transformó en un escenario de violencia y tristeza.
En medio de la locura, un vecino intentó apelar al sentido de pertenencia barrial, recordándoles que todos, humanos y extraterrestres, compartíamos el amor por Boca. Pero su intento de conciliación fue en vano; fue empujado al fuego por una de las agitadoras, que gritaba que jamás permitirían que la iglesia cayera en manos ajenas.
La policía intervino, deteniendo a muchas de las “abuelas del fuego”, que lejos de mostrar arrepentimiento, se sentían orgullosas de sus acciones. Incluso en la maldad, creían estar haciendo el bien
Las “abuelas del fuego” fueron arrestadas y encadenadas. Se las veía orgullosas de lo que hicieron. Hasta los que hacen el mal, piensan que hacen el bien, y ellas seguro lo sentían.
Martita, la nietita de Antonia, le dijo: “Abuelita, ¿qué hiciste? Siempre te vi y te escuche haciendo el bien, vos sos buenita”. La abuela Antonia le respondió: “Sigo haciendo el bien, Dios esta de testigo que actuamos por el bien, nosotras estamos defendiendo y cuidando a la familia, los valores y las tradiciones del barrio”.