La Boca, 1979.
Entre los recuerdos de ese año, resalta vívidamente la apertura de una iglesia en Caboto y Caffarena. El sínodo de obispos le abrió las puertas a los extraterrestres como hijos de Dios y ellos como muestra de alegría por la inclusión decidieron hacer una nueva iglesia para el barrio. Grande, hermosa, bostera. La construcción fue rápida, los vecinos ayudaron y la tecnología extraterrestre hizo el resto. Los tiempos de intolerancia habían pasado. El evangelio, antes destinado para los seres humanos, ahora era galáctico. El padre Mario dijo “-Cristo es amor, por todos, principalmente por los que no son como nosotros.”
La primera misa fue un evento que marcó un antes y un después en nuestra forma de entender el mundo y la fe. Paco, que nunca había pisado una iglesia dijo: -“Nunca pensé que vería el día en que la iglesia católica aceptaría una donación tan extraordinaria. Por eso fui. Y también oré. Es como vivir un cuento de ciencia ficción, pero está sucediendo de verdad, aquí en La Boca.” Bede, bostero de nacimiento dijo: -“La iglesia en sí es una obra de arte. El azul y el amarillo hacen que me sienta como en casa, como en la bombonera, pero con una sensación sagrada diferente.” Kirki, visitante, con las pocas palabras que sabía dijo todo: -“Colores, Ambiente, Vecinos. Unidos. Boquita. Amor. Dios.” Javier, que nunca cree en nada dijo: -“No sé mucho sobre estos visitantes del espacio, pero si vienen con la intención de unir a la gente y fortalecer nuestra fe, deben ser buenos.”
Luego, vino el primer casamiento. Y así, el barrio se convirtió en un ejemplo de cómo la fe y el amor pueden superar las barreras del prejuicio y la intolerancia. La boda de Patricia y Ricardo, celebrada en esa iglesia, fue la culminación de ese espíritu de unidad.
Ese año, La Boca nos enseñó que la verdadera fe abraza la diversidad y celebra la vida en todas sus formas. Nos mostró que, al final del día, todos somos hijos del mismo universo.