15. El circo de casa amarilla.

La Boca, 1979.

En el barrio todos los años era lo mismo. Cuando llegaba el circo a casa amarilla, los animales callejeros empezaban a desaparecer del barrio. “Los alimentan a los leones”, susurraban los mayores. Pero mi amigo Néstor, con una determinación que solo puede tener un niño de diez años, juró que había visto la verdad con sus propios ojos.

Armados de coraje y piedras, nos lanzamos a una misión de rescate. Fuimos a casa amarilla y nos enfrentamos a Cacho y Vladimir, dos figuras imponentes que custodiaban jaulas llenas de animalitos con miradas temerosas. “¡Esto es un crimen!”, gritó Néstor, y en ese momento, todos supimos que estábamos haciendo lo correcto. Despues de tirarles una lluvia de piedrazos, conseguimos liberar a los animales en un acto que, para nosotros, fue nuestra pequeña revolución.

Pero no todo era como parecía. Andrei Ivanov, el jefe del circo, tenía otra versión de la historia. Según él, su hijo Vladimir y Cacho no eran cazadores, sino salvadores de animales perdidos y heridos, “Ellos son buenos, esos nenes son malos, odian a los animales y quieren que mueran enfermos en las calles, por eso los soltaron.” El barrio tuvo dos historias para creer. Lo que decían Nestor y sus amigos, o lo que decía Vladimir.

 

Ese año, el circo en Casa Amarilla no sólo nos ofreció entretenimiento, sino lecciones de vida, momentos de valor, y un sinfín de recuerdos que quedaron pegados en las paredes de nuestra memoria. Aprendimos sobre el coraje, la compasión, y la capacidad de cuestionar las historias que se nos cuentan.

El Mono Pedro. Foto oficial del Circo de Casa Amarilla.

El mono Pedro y Nora

La Boca, 1979.
Boca jugaba con All Boys en la Bombonera. El Mono Pedro estaba más ansioso que nunca. Hoy no era un día cualquiera en la Bombonera; hoy era el día en que llevaría a Nora, la extraterrestre que le robó el corazón, a sentir la pasión de la 12. Había planeado todo: se puso su camisa amarilla, su saco azul y compró un ramo de flores. Cuando llegó a la casa de Nora, la encontró hablando con unos vecinos, siempre tan sociable ella. Nora sonrió al verlo, sus ojos brillaban de amor. Corrió y lo abrazó. Alrededor de ellos, la gente hacía flamear las banderas de Boca mientras caminaban hacia la Bombonera. Nora dijo: “Nunca fui a un partido de fútbol, ¿qué debo esperar?” “Esperá magia, esperá pasión, esperá una fiesta que jamás olvidarás”, le aseguró el Mono Pedro. Al entrar en la Bombonera, Pedro y Nora se sumergieron en el alboroto de la 12. Al principio, Nora se sintió abrumada por el estruendo de los cánticos, las banderas ondeando y el ritmo frenético de los bombos. Pero Pedro, con su mano peluda, la sujetó fuerte, y en un instante, ambos estaban saltando y cantando al ritmo de “Boca mi buen amigo”. Boca salió a la cancha y de los ojos de Nora cayó una lágrima de emoción. El momento cumbre llegó cuando Perotti metió el segundo gol. Pedro y Nora, ya completamente entregados a la experiencia, se abrazaron y saltaron juntos. En ese instante, Pedro supo que había encontrado al amor de su vida, y ese alguien era Nora. Y así, en el corazón de La Boca, dos almas distintas encontraron su lugar en el universo.

La familia Novoa decidió que ese sábado de abril sería perfecto para visitar el circo en Casa Amarilla. No eran muy fanáticos del fútbol y el Parque Genovés lo habían visitado la semana pasada. Herminio, el padre, les dijo que el circo tenía un espectáculo nuevo con extraterrestres. Toda la familia quiso ir. Entraron al circo y sus rostros se iluminaron al ver el acto del Mono Pedro, quien, para su sorpresa, hacía acrobacias mientras fumaba un pucho. Pero la magia verdadera sucedió cuando salió al ruedo una contorsionista extraterrestre. Ella dobló el espacio y el tiempo con sus bolas de luces, dejando a todos con la boca abierta. El lunes en la escuela, mi amigo Luis me dijo: “En el circo, volví a creer que todo es posible”. Yo también lo creía.

1979 fue un hermoso año.

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