4. Los niños.

La Boca, 1979.

Al ver las fotos, mis recuerdos de aquel año comienzan revivir. Aquel año no fue como los demás; fue el año en que La Boca se convirtió en el escenario de una amistad que jamás volví a tener, la prueba irrefutable de que los lazos más puros y sinceros se forjan en la inocencia de la niñez.

Recuerdo cómo los chicos del barrio, entre los que me incluía, rápidamente nos encariñamos con nuestros nuevos vecinos. Era algo recíproco, una belleza de ver. Ellos, no tardaron en convertirse en parte de nuestro día a día, de nuestros juegos y, más importante aún, de nuestros corazones.

Los extraterrestres mostraban una paciencia infinita. Nos enseñaron juegos que desafiaban las leyes de la física tal como las conocíamos, historias de galaxias lejanas que alimentaron nuestra imaginación y, lo más valioso, nos enseñaron el valor de la amistad sin prejuicios. A cambio, nosotros les mostramos nuestro mundo: jugabamos a la bolilta, a la escondida, la mosca, el 0-10, el montacachurra, el chumbazo, ibamos a subirnos a los barcos abandonados del riachuelo y obviamente los llevamos con nosotros a la Bombonera a ver a Boca.

Era común ver a grupos de chicos rodeados por nuestros nuevos amigos del espacio, riendo y corriendo por las calles del barrio. A ellos les fascinaba nuestra capacidad de asombro, nuestra alegría contagiosa y nuestra habilidad para encontrar magia en lo cotidiano. Y a nosotros, bueno, nos encantaba todo de ellos: su bondad, su sabiduría, y cómo, sin importar las diferencias, podíamos ser tan similares.

Ahora, décadas más tarde, comprendo la importancia de aquellos momentos. Nos enseñaron que no importa de dónde venimos, ni cómo lucimos; al final, lo que verdaderamente importa es el amor y la amistad que podemos ofrecer.

Amigos en Aristobulo del Valle casi Necochea.

Pulga. El nene extraterrestre.

El chumbazo

La Boca, 1979.

En última instancia, fueron los más chicos quienes más profundo afecto demostraron hacia nuestros visitantes. Para nosotros, los extraterrestres se convirtieron en nuevos compañeros de juego, principalmente en el “Chumbazo”.

Ese año, el barrio entero jugaba al chumbazo, y la gran final se jugó en la Avenida Benito Pérez Galdós. El sábado 28 de Abril, la policía cerró el tránsito de la Avenida. Rápidamente se llenó de patinadores, futbolistas improvisados, tenistas y hasta algunas familias se animaron a hacer un picnic sobre el asfalto.

El sol brillaba en lo alto, derritiendo las breas que unían los cementos de la calle, y muchos chicos con gomeras, aprovecharon ese material codiciado para hacer pequeñas bolitas negras.

Pero, entre todas las actividades, había una que empezó a atraer todas las miradas: “El gran campeonato del Chumbazo”. La regla era sencilla: Solo habia dos toques permitidos, estaba prohibido cruzar la mitad de la cancha, y valia chumbar con toda la violencia que tengas adentro. El juego era rápido y el primero en alcanzar cinco goles se quedaba jugando en la cancha. El que perdía se iba para que otro pudiese entrar.

Los niños se turnaban en el juego, entrando y saliendo en función de sus victorias y derrotas. Pero todo cambió cuando Cacho, el extraterrestre, se unió al juego. Su chumbazo era tan potente que se quedó jugando mas de 20 partidos seguidos. Sin embargo, apareció Dieguito, un chico pequeño, delgado y con botas de gamuza. Al entrar a la cancha mostró una habilidad y agilidad sorprendentes. Era como ver a David enfrentarse a Goliat.

El juego se tensó al llegar a un empate de 4 a 4. El siguiente gol decidiría al “campeón de los campeones de la galaxia”, como lo habían denominado los niños del barrio. En un giro inesperado, un amigo de Dieguito le dice algo al oido, y después de esas palabras mágicas , llegó el chumbazo mas violento jamas visto y con el, el gol decisivo.

Dieguito, cargado sobre los hombros de Cacho el extraterrestre, dió la vuelta olímpica por la avenida bajo una lluvia de aplausos. “Nunca gané nada, es una sensación hermosa ganar, pero lo más lindo es cuando todos se ponen contentos de que uno gane”, dijo, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

Cacho, contento por Dieguito y sorprendido por la fuerza de su chumbazo final le pregunto: ¿Qué te dijo tu amigo al oido antes de chumbar?

Me dijo: “Pensa en todo”.

Poseidon.

La Boca, 1979.

Caboto y Aristobulo del Valle frente a la Ford. Los vecinos decían que Poseidón, el justiciero era lo mejor que le sucedió al barrio. Poseidón, no solo recuperaba pelotas o bicis robadas, sino que además les daba una buena paliza a los malos. El decía: “Una buena paliza en el momento exacto, puede cambiar el destino de una persona”. Muchos de los que recibieron una paliza de Poseidon, hoy son abogados, ingenieros, contadores…. personas de bien.

El Riachuelo.

a Boca, 1979.

Todo el barrio era un hervidero de aventuras y descubrimientos, especialmente para nosotros que eramos chicos. Una de las cosas que hacíamos, era ir a jugar cerca del Riachuelo, esa masa oscura y hedionda de agua que delineaba el borde de nuestro mundo conocido. Si teniamos una moneda, pagábamos para cruzar el río en las barcas que iban hacia la Isla Maciel. El crujir de la madera bajo nuestros pies, el balanceo incierto de la embarcación y el agua negra rozando nuestras manos, todo se combinaba en una sinfonía de sensaciones indescriptibles.

Al llegar al otro lado, en la Isla Maciel, la recepción no siempre era amistosa. A veces, nos esperaban a los piedrazos. Pero ahí entraban en escena nuestros amigos extraterrestres, seres de paz que, con su sola presencia, disuadían cualquier conato de violencia.

El tercer puente.

La Boca, 1979.

Los extraterrestres le presentaron a las autoridades de La Boca cinco proyectos de puentes. Todos ellos inspirados en nuestro querido puente negro que esta sobre el riachuelo.

Los nuevos vecinos presentaron seis proyectos. El barrio votó, y eligió el puente número cinco con el 76% de los votos. Amplia mayoria. Finalmente fue construido en vuelta de rocha y duro tan solo un año de pie. Algunos todavia lo recuerdan.

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