La Boca, 1979.
En aquellos días, La Boca era un hervidero de amor, solidaridad, creatividad y también resistencia. Los hermanos Matías y Lucas, con sus telas azules y amarillas, se habían convertido en símbolos del barrio. Cada calavera pintada en sus obras era un recordatorio silencioso, un homenaje a aquellos que habían desaparecido sin decir adiós.
Los bigotes, siempre rondando en sus Falcón verdes buscándolos, veían en estos actos de arte una forma de subversión.
Los hermanos, conscientes del peligro que corrían, nunca dejaban que el miedo enturbiara su creatividad. Sabían que su arte era más que colores y formas, era un acto de hacer visible lo invisible, un acto de valentía, ahí donde hubo cobardía.
Una tarde, mientras colgaban una nueva tela en una pared del barrio, un grupo de vecinos se acercó para ayudar. Entre ellos, varios extraterrestres, que veían en los hermanos la lucha contra la opresión. Unidos, humanos y extraterrestres trabajaron hasta que la tela quedó majestuosamente instalada.
Esa noche, los hermanos también se fueron sin decir adiós.
Matías y Lucas, a su manera, nos dijeron que, a pesar de todo, siempre habría color, siempre habría resistencia y siempre habría memoria.