11. Los sábados en el barrio.

La Boca, 1979.

Los sábados en La Boca tenían su propio ritmo, una cadencia que sólo los corazones que vivían en el barrio podían entender y sentir. Las calles estaban limpias ya que los vecinos las baldeaban desde temprano. Los negocios abrían, esperando su clientela típica.

Los vecinos, siempre tan orgullosos de su barrio, no sentían la necesidad de buscar el esplendor de las calles Florida o Lavalle, porque la calle Olavarría les brindaba su propia versión de elegancia y comunidad. La calle se transformaba en una pasarela de colores y vida, donde incluso los visitantes extraterrestres, luciendo sus ropas más llamativas, se sumaban al desfile informal. El cine Olavarria, era un tesoro del barrio, con su fachada que recordaba tiempos más simples, y su interior, donde generaciones se habían sentado en esas butacas de cuero para ser hechizados por la gran pantalla. Los kioscos y almacenes, atendidos por vecinos que conocían tus gustos y tu nombre, eran lugares de encuentro y charla, donde los chismes volaban tan rápido como los sugus sobre el mostrador.

Los sábados, La ferretería de Lito, con su campana tintineante en la puerta, se convertía en una especie de santuario tecnológico. Robots de todos los tamaños y formas, buscaban piezas para auto-mejorarse. Lito les preguntaba el porque. Ellos decían: “Tenemos solo una vida, hay que buscar ser mejores.”

Mientras tanto, en el descampado de Casa Amarilla, la pelota rodaba y las patadas empezaban. Todo sábado había piñas, pero después también había abrazos. En este terreno abandonado, los campeonatos de fútbol eran una tradición. Pero había otro torneo que capturaba el espíritu del barrio con igual pasión: el de la canchita de Catalinas Sur. Era el lugar los chicos de la escuela Carlos Della Penna no solo mostraban su habilidad con el balón, sino que también forjaban lazos que durarían toda la vida.

En la esquina de Caboto y Pérez Galdós se juntaban los miembros del club de motos “Actitud Motociclista” todos los sábado sin falta. Eran hermanos no de sangre, sino de ruta y acero. Arreglaban sus motos, las lavaban, compartían herramientas y conocimientos mecánicos, sus risas se mezclaban con los ruidos de los motores. Al llegar el mediodía, sobre la vereda, se hacia un asado, creando un perfume que, para ellos, era el olor de la libertad.

Así eran los sábados en La Boca. No eran solo un día más del calendario, sino un espacio en el tiempo donde la comunidad y la tradición creaban una sinfonía de sentimientos que resonaba en el alma de todos los que tenían la suerte de llamar a La Boca su hogar.

Paseando por Olavarria un sábado de 1979.

La ferreteria de la calle Olavarria.

Actitud Motociclista. El primer club extraterrestre de la historia.

Sadi. Sadi. Sadi. Huevo. Huevo. Huevo.

El Toto Lorenzo mirando un partido en la canchita.

Canchita de Catalinas Sur.

La Boca, 1979.

Sadi, con su vestimenta de latex, reflejaba los rayos del sol cada vez que entraba a jugar a la canchita. A simple vista, uno podría pensar que el uso del látex era puramente estético, pero en realidad, para él, tenía un propósito mucho más profundo. Para Sadi el látex aumentaba la sensación de contacto con la pelota, y sí, también de las patadas.
El fútbol en Catalinas no era para los débiles de corazón. Los partidos eran intensos, con choques cuerpo a cuerpo y patadas que lastimaban. Para Sadi, estos encuentros eran la perfecta combinación entre deporte y salud. Cada vez que recibía una patada, la consideraba una conexión con el oponente, una forma de compartir energías y experiencias.
Los vecinos del barrio, al principio, se sorprendieron al ver a Sadi reírse al recibir un golpe. Pero pronto se dieron cuenta de que a Sadi le gustaba el dolor.
Entre gol y gol, entre risa y patada, Sadi encontró en ese rincón de La Boca un hogar lleno de amistad. Su pasión por el dolor, lejos de ser algo oscuro o perturbador, se transformó en una manifestación de su amor por la vida, por el juego y por las conexiones humanas. Sadi decía: “El dolor no es un castigo, es un recordatorio de que estamos vivos, de que cada conexión, cada impacto, nos une más profundamente con el universo.”

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